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Un hombre que se propone reedificar todas las torres de Babel, todas las Sodomas y Gomorras, todas las estatuas de oro del rey Nabucodonosor. Un hombre que intenta asaltar el cielo, reubicar el eje del cosmos y echar a Dios a un horno de fuego eterno. Un hombre que escribe y pinta solo para que tiemblen los astros, para que santos por aquí y allá escupan vino desde los ojos, para que el efecto de las leyes naturales y divinas caduque, se torne igual a cero y una nueva ley todavía sin título conquiste los vastos dominios subatómicos: la nanoley de las partículas, el modo en el que vibrarán los nuevos seres y cosas, la felicidad indiscutible de quien tenga tan solo el mínimo gusto por alegrarse, la indiscutible felicidad de libertinos y vagos, de las amebas, de los perros callejeros y los duendes y de las damas adúlteras, y de los enfermos, y de los que nunca han postergado el deseo ni el odio. Un hombre que calla si le preguntan su religión. Él está cansado de responder las preguntas. Solo Dios debería responder y él quiere sentar a Dios en el banco de tortura, y que hable, que ahora cuente la razón de los complots y los horrores, de los azares tristes y de la tan esperable muerte tiránica y nunca bien explicada por nadie. Un hombre cuya plegaria es disentir y no ceder a la realidad, trastornarla, enmudecer a la realidad a través de un bramido en el arte, de una implacable muestra de belleza humillante, una verdad que humille a la realidad, que inspire la renuncia de Dios y quede el trono vacante para subir y estar y empezar a hablar las palabras siempre escondidas: Deshágase la luz, y toda luz se deshace. El nuevo reino de la penumbra. Un hombre que en simplicidad apenas busca una forma de no pagar sus créditos y karmas y condenas y no sentirse apremiado por la moral o la pobreza o la fractura de sus huesos. Hombre que quisiera dormir hasta las mil de la tarde, no salir a trabajar, no sonreír a las pirañas, no acabar en el infierno. Sabe que puede rendirse y que tal vez sea una locura pelear, que el tiempo aumenta las caries, que la noche es noche y él a veces pide luz para su alma dolida.
“Mar de tormenta, Valencia” – Joaquín Sorolla y Bastida, 1899.
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Marcos David Porrini es escritor, poeta y narrador argentino. Es productor y guionista de obras de teatro, performances y meditaciones filosóficas. Su libro más reciente “Para andar por encima del mundo. Textos de un pájaro azul” con más de 70 poemas y relatos, lo ubica como importante emergente cultural de la nueva generación de artistas argentinos.
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