Capítulo 2: “La locura”
Van Gogh ha cambiado.
Ha conseguido un empleo en la Oficina Central.
Sus trigales y cuervos son el delirio de sus compañeras.
Lleva una oreja de látex.
Ha subido todas las pinturas al Instagram.
Una compañera lo sueña como esposo.
Ayer él y su hermano fueron a lo de Mirtha Legrand.
Le hicieron homenajes en el psiquiátrico Borda.
Ha sabido retratar con ondulaciones a Macri.
Por Van Gogh es famoso el color amarillo.
“Ya nadie podrá considerarme”, asegura,
“un suicidado por la sociedad”.
También se rumorea de una exposición en el Malba.[1]
Ha escrito Artaud:
¿Qué se entiende por auténtico alienado?
Es un hombre que prefiere volverse loco -en el sentido social de la palabra- antes que traicionar una idea superior del honor humano.
Por esa razón la sociedad amordaza en los asilos a todos aquellos de los que quiere desembarazarse o protegerse, por haber rehusado a convertirse en cómplices de ciertas inmensas porquerías. Pues un alienado es en realidad un hombre al que la sociedad se niega a escuchar, y al que quiere impedir que exprese determinadas verdades insoportables.[2]
Hay cierta forma de
locura, sugiere Artaud, que se elige, que no cae fatalmente sobre un ser
ingenuo como cualquier otra dolencia, más bien se elige porque es la vía para
evitar la traición. El individuo observa un estadio crítico de conflicto entre
él y el mundo, un punto que es como encrucijada, donde ya no es dable la
tranquilidad y el andar a medias, sigilosamente coqueteando con el vuelo del
espíritu. La encrucijada impone decidir: o el Espíritu o el Mundo: radicalizar
la explosiva y escandalosa ansia de verdad, libertad, belleza y justicia,
abstraerse de la opinión de los otros, sacrificar el futuro social o bien todo
lo contrario, olvidar esas extrañas pasiones y educar el propio juicio en pos
de un lugar entre los hombres, de un título, de un puesto, de cierta dosis de
admiración y cariño, de fama y riqueza cuando más. La opción de un “auténtico
alienado”, nos dirá Artaud, será la de tomar el papel del lisiado, del enfermo,
del maldito, aceptar la etiqueta que la sociedad debe darle para seguir igual
de serena. El auténtico alienado, el Van Gogh que nos señala el ensayista
francés, no quiere ser cómplice de las “inmensas porquerías” sociales, prefiere
el castigo, prefiere no esconder su propia conciencia.
[1] Poema “El genio”, de Marcos Porrini.
[2] De “Van Gogh, el suicidado por la sociedad”, de Antonin Artaud.
Imagen: Tetsuya Ishida, “Autorretrato de otro”
Marcos David Porrini es escritor, poeta y narrador argentino. Es productor y guionista de obras de teatro, performances y meditaciones filosóficas. Su libro más reciente “Para andar por encima del mundo. Textos de un pájaro azul” con más de 70 poemas y relatos, lo ubica como importante emergente cultural de la nueva generación de artistas argentinos.
El arte nunca fue comprendido. Hace poco leí un libro de Vargas Llosa, que narra en simultáneo la vida de Paul Gauguin (otro incomprendido, amigo del holandés) y su abuela Flora Tristan (una de las primeras activistas feministas). Excelente nota.