
En la era digital pasamos de estudiar manuales y cursos de informática a usar dispositivos intuitivos sin detenernos a comprenderlos. ¿Hemos perdido la responsabilidad de aprender el uso correcto de las herramientas que nos rodean?
Cuando comenzó la era de la informática popular, el temor a lo desconocido nos llevó a explorar esas nuevas herramientas con verdadera responsabilidad. Era la época de comprar libros, leer revistas especializadas y aprender sobre Windows, procesadores de texto, gestores de correo o planillas de cálculo. Florecieron las academias de informática, los cursos de reparación y armado de PC, los manuales de redes y las editoriales técnicas
Veinte años después, con smartphones y tablets, el uso se volvió tan intuitivo que casi nadie estudió estas tecnologías con la misma dedicación. Todo indica que, a medida que se simplificaba la experiencia del usuario, dejamos de profundizar en su conocimiento. Así, cuestiones esenciales —como el manejo del correo electrónico— quedaron reducidas a un uso básico, y ante la primera falla la solución inmediata es acudir al servicio técnico.
No digo que para conducir un automóvil haya que ser mecánico, pero sí conviene saber lo suficiente como para reconocer cuando algo no funciona bien. ¿Estamos leyendo los manuales como para identificar siquiera las funciones que nunca usamos? Creo que no. Los dispositivos son tan fáciles de operar como complejos de comprender a fondo, y hemos dejado de lado la lectura de las instrucciones.
Hace cincuenta años un manual era un solo documento; hoy suele dividirse en tres: guía rápida, preguntas frecuentes y el manual completo. Antes, cada equipo funcionaba de manera independiente; ahora se conectan entre sí, intercambian datos y son programables. Eso es fantástico, pero también implica el riesgo de usarlos de manera limitada o inadecuada.
¿No será hora de pensar en una nueva disciplina dedicada al aprendizaje del uso correcto de las cosas? No hablo de usabilidad, entendida como calidad de la experiencia, sino de algo más profundo: una verdadera educación para el buen uso de las herramientas que nos rodean.
Nace un neologismo: Usótica
Pensé en el término usótica, formado por la raíz uso y el sufijo -tica, heredado de “técnica”. La palabra suena cercana a informática o robótica, pero abre un terreno distinto: el de pensar cómo utilizamos los objetos, dispositivos y recursos que tenemos a mano.
La usótica no sería solo un manual de instrucciones, sino una reflexión más amplia: ¿para qué usamos lo que usamos?, ¿lo hacemos de la manera más adecuada?, ¿cuáles son las consecuencias de un mal uso?
Un puente entre disciplinas
La usótica dialoga con campos ya existentes:
• La ergonomía, que estudia la relación entre herramientas y cuerpo.
• La usabilidad, muy presente en el diseño digital.
• La praxeología, que reflexiona sobre la acción humana.
Pero a diferencia de estas disciplinas, la usótica busca unificar bajo un mismo concepto la idea de uso consciente, correcto y responsable.
¿Por qué necesitaríamos la usótica?
Porque vivimos rodeados de objetos, tecnologías y sistemas que muchas veces empleamos sin pensar, sin aprovecharlo en toda su dimensión. Desde un celular hasta una bicicleta, desde un software hasta un destornillador: el modo en que usamos esas cosas determina no solo su eficacia, sino también nuestra seguridad, bienestar y hasta el impacto ambiental. Así como no desecharías una botella de agua a medio vaciar porque ya calmaste tu sed, podrías aprovechar ese rango de utilidades secundarias que hoy ignoras o crees que no es de interés.
La usótica, como neologismo, invita a abrir una conversación cultural y técnica sobre el “arte de usar bien”. Una idea sencilla, pero poderosa, que puede servir de guía tanto en la vida cotidiana como en la educación y el diseño de futuros objetos.
A.A. Rodríguez.
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