El gestor cultural además de estar capacitado para satisfacer los gustos del público, o del mercado, podría contar con cierto carácter empático originado en los lazos espirituales que lo une a su sociedad.
Siete hijos tenía Isaí. E incluso ocho. Pero solo siete fueron presentados ante el profeta Samuel cuando este invitó a Isaí a celebrar un sacrificio a Yahvé.
Samuel había recibido cierta instrucción del espíritu divino: uno de los hijos de Isaí era el elegido de Yahvé para gobernar sobre el pueblo israelita.
El primero en presentarse fue Eliab, un caballero robusto y agraciado, tanto que el profeta asumió que era el Escogido. Una advertencia, sin embargo, golpeó el alma de Samuel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo deshecho; porque Yahvé no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Yahvé mira el corazón”.
Desfilaron luego los otros, pero nada, ninguna señal espiritual para el profeta. Eso era confuso, si había solo siete hijos, alguno de ellos debía ser el indicado. Samuel estaba impelido a no juzgar según apariencias y a trascender la propia razón. O el espíritu divino le había fallado, o Isaí tenía más hijos. Efectivamente, quedaba uno, el menor, el pastor de las ovejas de su padre, el poeta de “hermosos ojos”, David.
Fue convocado. Llegó a la reunión, y con solo verlo, Samuel entendió que David era el designado por Yahvé para gobernar sobre Su pueblo. No hizo falta que David hablara, ni que presentara currículum, portfolio o reel. Le bastaba ser lo que era, y estar ahí ante el profeta como ante un escaneo de almas.
Según la historiografía bíblica, el evento habría ocurrido un milenio antes del nacimiento de Cristo[1]. A principios del siglo XX se dio un evento quizá emparentable:
Charles Webster Leadbeater, un ocultista y miembro de alto rango de la Sociedad Teosófica, descubrió en 1909, en una playa de la India, a un pobre y frágil adolescente a quien enseguida consideró el Elegido.
La Sociedad Teosófica esperaba y predicaba que en cualquier momento habría de manifestarse entre los hombres el nuevo “Instructor del mundo”, alguien que sería canal de una entidad eterna a la que llamaban “Instructor del mundo” o “Maestro universal”. Leadbeater estuvo convencido de que el jovencito de catorce años que él estaba viendo en esa playa india, era el predestinado canal del Maestro. Ese chico, llamado Krishnamurti, había impresionado a Leadbeater por la sola cualidad de su propia aura, cosa que el hombre era capaz de apreciar.
Ambas historias, la del profeta Samuel con David y la del teósofo Leadbeater con Krishnamurti, son ejemplo de una forma especial de mirada, por una parte, y luego de una atrevida acción en defensa de esa mirada, incluso arriesgando la vida para ayudar al buen desarrollo del Elegido y de su obra en el mundo.
El matiz es claramente religioso o místico, pero podríamos pensar este panorama también en relación con los artistas y con la honrosa labor de los gestores culturales. Por cierto, hay una manera de entender el concepto de Cultura que nos remitiría a la noción religiosa de Culto, de servicio devocional a los seres del Otro Mundo: el dios único, los dioses, los diablos, los espíritus de la naturaleza, de los antepasados, etcétera. Desde esta perspectiva, veríamos cómo una sociedad puede estar organizada justamente a partir de las peculiares exigencias del culto religioso imperante. Una trama de diversos talentos, oficios, gustos y capacidades humanos, interactúan y se ordenan en pos de realizar un buen culto y conseguir el favor de aquellos seres; si así lo logran, la vida de esta comunidad transcurrirá de modo al menos tolerable.
Es en esa forma de ordenamiento social donde surge más nítidamente la mosquetera conciencia de “todos para uno y uno para todos”. Hasta los grandes elegidos al estilo Krishnamurti o David deberán comprender que la gracia de su excepcional naturaleza está al servicio del culto social, de que este sea eficaz y redunde en bendiciones y felicidad para todos. Siendo así, si llegara a observarse quiénes en la comunidad nacieron para ser, por ejemplo, artistas, se intentará brindarles el marco ideal para que crezcan y se expresen según sea propio de su naturaleza.
Tanto la noción platónica de las Ideas[2] como la noción junguiana de los Arquetipos del Inconsciente Colectivo[3], merecerán atención para comprender lo que estamos tratando. Se ha dicho que el joven Krishnamurti había sido elegido para canalizar al “Instructor del mundo”, y esa visión de las cosas responde a un tradicional esquema de Arquetipos. El “Instructor del mundo” es una expresión de la Sabiduría, de la Verdad, en su dimensión de plena pureza. Podría asociárselo al concepto cristiano del Logos o Hijo de Dios, o bien al concepto oriental del Buda o de la Mente del Buda. Se supondría que de tanto en tanto algunos seres humanos encarnan este “arquetipo de la totalidad” -como diría Carl Jung-, y cumplirían cierto rol en la sociedad que será el de corregirla y guiarla como un todo, para que el culto sea de lo más eficaz y para que cada parte individual sea integrada al sano discurrir de la comunidad y aun del cosmos. El elegido para encarnar tal supremo principio gozará de especiales privilegios y asumirá cargas también muy especiales, que harán de su misión algo atractivo y a su vez intimidante.
Un joven o una joven “nacidos para ser artistas” encarnan (o habrán de encarnar) la Idea del Arte en su propio contexto, y en ellos podría manifestarse el arquetipo del “genio revolucionario”, el del “erudito restaurador de lo clásico”, el del “artesano que sustenta la tradición”, entre otros concebibles. Cada una de estas expresiones arquetípicas de la Idea del Arte (en esto combinamos a Jung con Platón) sabrá desenvolverse de forma única y viva, sorpresiva y a la vez coherentemente ceñida a un linaje espiritual, aunque el individuo en cuestión no lo asuma a conciencia.
Sería útil pensar la metáfora de que hay oficios terrenales y oficios celestiales. El oficio del artista, al igual que el del profeta, vendría a corresponderse con la metáfora del Cielo. El cielo, en este sentido, es lo invisible, el dominio de la mente y del espíritu; y así como el cielo cubre y sostiene a la tierra, así lo invisible-espiritual cubre y sostiene lo corpóreo. Respecto a los oficios, podemos añadir que algunos de ellos (los más) se fundamentan en la acción (lo corpóreo), y toda la dinámica mental y espiritual casi que obedece a la acción: se piensa y se cree con liberalidad, en tanto que la acción siga plasmándose correctamente. Podríamos incluir, como ejemplo, el oficio tanto del albañil como el del ingeniero y hasta el del abogado, ya que en estos el foco está puesto en la acción, en los medibles resultados de la acción, y lo que sea que el individuo piense y sienta se vuelve secundario, se respeta mientras la acción no fracase. La sociedad funciona mayormente a través de estos oficios, y son los que dan cuerpo y sostén material al proceso colectivo de desarrollo. Sin embargo, al resultarles secundaria la dimensión invisible-interna, puede suscitarse una diversidad de perturbaciones y conflictos incomprendidos que acaben truncando la acción misma de estos oficios y su armónico despliegue en la vida social.
Los oficios celestiales, por su parte, tienen el eje de importancia en el plano de la fe, los sentimientos y las ideas, y las acciones serán aceptables en la medida en que plasmen lo Bueno, la Idea de la Belleza, de la Virtud y demás. Acción es la Tierra; Contemplación es el Cielo. Una sociedad necesita que todos aquellos individuos signados para realizar oficios celestiales, cumplan con sumo rigor y honestidad su tarea, porque al haber liberalidad en el plano de la acción, es difícil evaluar si lo que hablan y hacen es o no plasmación de lo Bueno. Esta dificultad reside en que parece haber menos objetividad en la evaluación que se haga de, digamos, un poema que de la edificación de una casa o la cosecha de espárragos.
Ya que la mayoría de la sociedad se aboca a la acción, a lo terrenal, suele ignorar y mirar con sospecha el valor de lo interno y celestial, y no procura agudizar su propio entendimiento sobre esa dimensión de la existencia. Aun así, no puede liberarse de ello, y ante la sospecha, tenderá a elegir mal, a ponderar simplemente lo que le resulte menos problemático, menos inquietante y más afín con sus propias ilusiones. En la tradición bíblica, por ejemplo, se observa cómo los pueblos suelen preferir y acoger a los falsos profetas y maestros, sean estos meramente ingenuos confundidos o bien astutos timadores. Los profetas auténticos, luego, suelen resignarse a ser no solo incomprendidos sino también rechazados y aun perseguidos por la misma comunidad a la que quieren servir; es por esto que el máximo refugio y consuelo de tales profetas será la Deidad misma, aquella que entiende todas las cosas y apoyará siempre lo bueno.
Este panorama general y simbólico de la estructura social incluye, de hecho, amplitud de matices y de estadios intermedios y dinámicos. Respecto al gestor cultural, al particular oficio del gestor, deberíamos considerarlo un oficio que intercede entre la tierra y el cielo comunitarios; esto es, entre los individuos más terrenales y los más celestiales. El gestor deberá estar integrado al mundo de esas acciones que la sociedad sabe bien cómo apreciar y medir, y a su vez, deberá tener buen ojo para el mundo de lo sutil e interno, pudiendo en principio comprender su fundamental importancia para la sociedad, y luego poder discernir quiénes están realmente congraciados con Eso, con lo Bueno, y lo plasman, y quiénes no. Siendo así, emprenderá la tarea de defender la vida y la obra de los verdaderos profetas (al decir ‘profetas’ incluyo a los artistas), para que la sociedad los reconozca como tales y sepa aprovechar el beneficio de lo que ellos aportan.
Dicho de este modo, tal vez parezca una operación matemática sencilla, incluso como mover las piezas de un ajedrez; sin embargo, la tarea es ardua, en especial a nivel psicológico. Por un lado, el gestor (cuyo oficio es casi terrenal, casi celestial), tenderá a codiciar los favores materiales de la mayoría (terrenal), y a su vez tenderá a envidiar la misteriosa poesía y claridad de la minoría profética. Será tentado muchas veces; si cae, puede que se vuelva un traidor, un enemigo de lo Bueno, un promotor de falsos iluminados, y será en cierta medida responsable de los perjuicios sociales, de la degradación cultural y de la ira divina sobre el pueblo. Si, por el contrario, no cae en tentaciones y es fiel a su propio signo, a la peculiar dignidad de su oficio, será un héroe, un patriarca (o una matriarca) de la Cultura, en cierta medida responsable de la felicidad social y del favor divino hacia el pueblo.
Así como vimos con los ejemplos de Samuel y de Leadbeater, se hace indispensable cultivar una mirada distinta, una sensibilidad inclinada a anticiparse a los hechos, a los frutos, y así distinguir la semilla del cielo cuando estuviere presente en alguna persona. Asimismo, deberá tener coraje y gran sagacidad para vincularse eficazmente tanto con el (al menos en potencia) profeta como con el resto de la sociedad, y ayudar a que las cosas se den armónicamente. Incluso actuando bien, no podrá evitar todos los roces y conflictos, y tal vez se equivoque con algunas apreciaciones y tácticas; tal vez el profeta/artista lo sorprenda para mal, siendo de pronto vicioso y arrogante, tanto que su chispa se enturbie, o bien pudiera ser tan altamente novedosa y aguda su obra, que el gestor mismo sea torpe para lidiar con ella y decida abandonar al firme visionario.
No hay respuestas ni fórmulas definitivas que podamos brindar, pero está la punta de la soga al alcance y podríamos comenzar a jalar y hacer el intento de una vida íntegra, comprometida con lo Bueno, en beneficio propio y social, en servicio del Dios “del cielo y la tierra”, quien secretamente vela por el Todo.
[1] El relato completo puede leerse en el capítulo 16 de 1 Samuel, en la Biblia.
[2] Referencia sugerida: Teoría de las Ideas de Platón, David Ross (Ed. Cátedra, 1993).
[3] Referencia sugerida: Arquetipos e Inconsciente Colectivo, Carl G. Jung (Ed. Paidós, 1970).
Marcos David Porrini es escritor, poeta y narrador argentino. Es productor y guionista de obras de teatro, performances y meditaciones filosóficas. Su libro más reciente “Para andar por encima del mundo. Textos de un pájaro azul” con más de 70 poemas y relatos, lo ubica como importante emergente cultural de la nueva generación de artistas argentinos.
Excelente todo lo publicado por Marcos Porrini. Felicitaciones!!!! Dios lo guíe siempre hacia lo Bueno. Sea Marcos un canal de bendición para tocar otras almas y espíritus y elevarlos a niveles más altos de sensibilidad, comprensión, amor y sabiduría divina.