Resulta dificultoso, si no imposible, encontrar a lo largo del siglo XX una personalidad equivalente a la de Serguie Diaghilev. Por medio de su finísima percepción de su gusto superior y de su talento organizador, este empresario –que no dominaba ningún arte en particular -logró que las producciones de los ballets rusos se categorizaran fuertemente en la danza , en la música y en las artes del espectáculo en general ; y su incidencia fue tan marcada que tiñó los más diversos aspectos de la cultura europea de las primeras décadas del siglo XX.
En 1909 Diaghilev, en carácter semioficial de embajador cultural de su país Rusia, llevo a París a las estrellas del ballet de los teatros Marinsky y Bolshoi. La función inaugural reunió al mundo artístico e intelectual de la época, lo que sería una velada histórica. Después de años de decadencia en el ballet Francés, el público pudo encontrar no solo relevantes figuras como Vaslav Nijinsky o Ana Pavlova sino un programa que vislumbraba una renovación conceptual y formal del ballet académico.
Lo que se presentó en un momento como una delegación oficial del gobierno zarista, a partir del 1910 paso a ser de emprendimiento privado de Diaghilev, de cualquier modo se apuntó a reunir a los más talentosos y no los más conocidos que en las diferentes artes se encontraban en circulación. En diferentes instancias colaboraban con los ballets rusos Igor Stravinsky, Claude Debussy, Maurice Ravel, Seguie Prokoviev y artistas plásticos que ayudaban en el diseño del vestuario como Picasso y Matisse.
Otro rasgo característico de los ballets rusos, o quizás de su empresario más famoso, era su renovación constante. Dijo Sergio Lifar al respecto “Diaghilev esta poseído por el demonio inquieto de la novedad “, observando a todos los que componían el grupo se decía que uno quería ser más importante que su antecesor, Nijinsky quería ser más importante que Fokin, Massine mas importante que éste y más aún que Diaghilev y así sucesivamente, en el afán de lo nuevo y de conocer lo que pasaría mañana, era una necesidad imperiosa.
El modernismo se precipitó inconscientemente sobre los ballets rusos, de esta manera pasó el cubismo, el surrealismo y la gimnasia rítmica de Jaques Dalcroze a disposición; también fotografía y cine pisaban fuerte en el ballets, el exotismo y el primitivismo negro del pre-arte de Joshefine Baker llegaban para quedarse. La temporada de otoño de 1929 a 20 años de haberse creado en Europa el Gran ballet Ruso, fue especialmente exitosa; Diagilev se dirigió a su compañía en lo que sería unas de las últimas funciones en Londres diciendo- la agenda está completa, somos un éxito – pero meses más tarde moría en Venecia, ya estaba enfermo. Genio para algunos y alma inquieta para otros, Diaghilev dejó un legado insoslayable. Los que aprendieron de él, Nijinsky, Massine, Lifar y Balanchine trabajarían más adelante en nuestro querido Teatro Colón por más de 30 años; ellos siguieron las huellas del singular empresario, un personaje único que supo ser el empresario más destacado e importante para el ballet del siglo xx.
Alejandra Netto, es Profesora Nacional de Danzas. Egresada del ISATC Instituto superior de arte del Teatro Colón. Técnica en Gestión del Arte y la cultura en la Universidad de Tres de Febrero UNTREF.