Isadora Duncan, concebía a la bailarina del futuro como aquella “cuyo cuerpo y alma hayan crecido juntos tan armónicamente que el lenguaje natural de esa alma se convierta en el movimiento del cuerpo”.
Isadora Duncan no pertenecería a ninguna nación sino a toda la humanidad. “No bailará al modo de una ninfa, como hada, ni como una “coquette”, sino como una mujer en su expresión más alta y pura. Inspiración para miles de mujeres ella era pura libertad.
Isadora hablaba de la bailarina del futuro, sin saber acaso, que su vida y obra cambiarían para siempre la historia de la danza, generando una de las primeras e importantes rupturas con el ballet clásico y abriéndose paso al desarrollo de la danza moderna, dejando enseñanzas que no han perdido vigencia hasta nuestros días.
Su infancia transcurrió en San Francisco U.S.A., en el seno de una familia muy humilde, como consecuencia de que su padre abandonara a su madre y hermanos. Junto a ellos, se veía constantemente obligada a mudarse por falta de dinero.
Su pasaje por la escuela pública le significó una verdadera tortura, sintiéndose obligada a permanecer inmóvil en un pupitre, con el estómago vacío y sus pies helados en los zapatos húmedos; aprendiendo cosas que consideraba inútiles, y en el marco de una brutal incomprensión de lo que es la niñez. La nota dominante de esa etapa era un constante espíritu de rebeldía contra la estrechez de la sociedad y las limitaciones de la vida. Como escribió en su libro “Mi Vida”, “No recuerdo ningún sufrimiento que tuviera por causa la pobreza de nuestro hogar.- A nosotros nos parecía muy natural esa pobreza. Yo sufría en la escuela, únicamente. Para un niño sensible y orgulloso, el sistema de la escuela pública es tan humillante como el de un penal. Yo siempre estaba en rebeldía. Cual identificada me siento al saber y escribir esto”.
Para ella la verdadera educación se daba por las noches, cuando la madre, que trabajaba dando lecciones de música a domicilio, volvía a la casa y tocaba para sus hijos obras de Beethoven, Schumann, Schubert, Mozart o Chopin, y leía pasajes de Shakespeare, Shelley, Keats o Burns. Gracias a su madre, su niñez estuvo impregnada de música y poesía.
Isadora desde pequeña sintió la pasión por bailar; a la edad de seis años, reunió a media docena de niños del vecindario en su casa y los sentó en el suelo para enseñarles movimientos de brazos. Abrió la primera “escuela de danza”, entre los chicos del barrio. A los diez años abandonó la escuela, y se dedicó de lleno a dar clases de danza para ayudar en su casa.
Tomó sus primeras clase de ballet clásico y no le gustó, no llegó ni a la tercera. El hecho de tener que sostenerse sólo con la punta de sus pies dentro de las zapatillas de punta, le parecía feo y antinatural (así es la danza clásica, antinatural). Sentía que esos movimientos rígidos destruían sus sueños. Ella soñaba con una danza completamente distinta, de movimientos libres e improvisados.
De ahí en más, Isadora se dedicó a desarrollar su estilo único de danza, viajando por todo Estados Unidos y Europa en busca de oportunidades y de espacios donde poder mostrar su arte. En un principio le fue bastante difícil, ya que su movimiento tan diferente a lo que se acostumbraba en la época y su vestuario al bailar – con túnicas, o telas que cubrían apenas su cuerpo desnudo – le valieron en varias ocasiones el rechazo.
Pero esa experiencia de vida, su sensibilidad y pasiones, forjaron sus más profundas convicciones de una danza con un sentido estético de vanguardia. Convicciones que la llevaron a cuestionar no sólo el estilo de danza nacido en la corte y destinado siglos más tarde al disfrute de una elite acaudalada -el ballet clásico- sino al orden burgués en su conjunto y a simpatizar con la Revolución Rusa de 1917, apoyando fervientemente algunas de las medidas aplicadas por el gobierno de los Soviets, como la abolición del matrimonio.
Por su historia familiar y su disgusto frente a las injusticias que padecían las mujeres, reducidas casi a la condición de esclavas por las leyes matrimoniales vigentes en su época, Isadora se consagró, desde muy joven, a la lucha por la emancipación de la mujer, en contra del matrimonio, a favor del amor libre, del divorcio y del derecho de toda mujer a tener uno o varios hijos cuando le plazca.
Como ella misma relata en su autobiografía, su vida habría sido otra si no hubiera vivido determinados acontecimientos que la marcaron profundamente.
Uno de esos hechos sucedió en 1905, en uno de sus primeros viajes a Rusia. En esa ocasión, el tren en el que viajaba había llegado a San Petersburgo con doce horas de retraso por causa de una tormenta de nieve. Y cuando se dirigía al hotel en el que se iba a hospedar, presenció un terrible espectáculo: “una larga procesión que avanzaba a gran distancia, trajes negros, de luto, hombres inclinados y abrumados, uno tras otro, por pesados fardos, que eran cajones de muerto”. Eran obreros que habían sido fusilados la víspera, el 5 de enero de 1905, en el Palacio de Invierno, cuando se presentaron ante el zar para pedir un auxilio a su miseria y un poco de pan.
La bailarina recordaba así ese momento: “Yo contemplaba todo aquello a la hora incierta del alba, y me sentía llena de horror. […] Las lágrimas corrían por mi cara y se helaban en mis mejillas, en tanto que el triste e interminable cortejo desfilaba ante mí. […] Las lágrimas se ahogaban en mi garganta. Y contemplaba con una indignación infinita a aquellos trabajadores infortunados que llevaban en hombros a los mártires muertos”. […]
Y concluye: “Si no hubiera presenciado aquello, mi vida habría sido otra diferente. Allí, junto a aquel cortejo, que parecía interminable; frente a aquella tragedia, me hice a mí misma el voto de consagrar mis fuerzas al servicio del pueblo y de los oprimidos”[…] “ ¡Cuán vano me parecía mi arte mismo, si no podía combatir aquello!”, Isadora reafirmó lo disruptivo de su estilo de danza frente al ballet clásico, expresando que aquel era la expresión intrínseca de la etiqueta zarista, y que la única esperanza que tenía para establecer en Rusia su escuela de danza (como expresión humana más grande y libre) hubiera venido por ese entonces, de la mano de Stanislavsky.
Su paso por Argentina
Llegó a Buenos Aires por primera vez en 1916. Fue una revolución, la bailarina californiana tenía en ese momento 38 años y su fama y éxito habían alcanzado, particularmente en Europa, alturas extraordinarias. Pero el golpe atroz que había representado para ella la muerte en 1913 de sus dos pequeños hijos en un accidente de auto cerca de París, alteró su vida de una manera definitiva.
A pesar de que disponía de poco dinero Isadora se alojó en el Plaza Hotel y mientras se preparaba para sus conciertos comenzó a recorrer la ciudad. Su biógrafa, la estadounidense Frederika Blair, cuenta que visitó no sólo los barrios elegantes, «sino también La Boca, centro de la rutilante vida nocturna de la ciudad (sic)».
Bailó el himno envuelta sólo con la bandera intentando simbolizar los sufrimientos de la colonia y el júbilo de la libertad de desprenderse del tirano.
Durante el concierto, algunos de los espectadores comenzaron a hablar en voz alta. Isadora dejó entonces de bailar y se dirigió a ellos de una manera airada, diciendo que ya le habían advertido que los sudamericanos no entendían nada de arte: «Vous n’êtes que de Négres” («No son más que negros»), los increpó, usando una forma —négres— muy despectiva. Este acontecimiento determinó que el administrador cancelara las funciones restantes.
Antes de partir para Montevideo. Isadora tuvo que dejar su abrigo de armiño y sus pendientes de esmeraldas como garantía del pago del hotel, pago que no podía efectuar. La piel y las joyas habían sido regalos de su ex amante Paris Singer, un hombre extraordinariamente rico, heredero del imperio Singer de las máquinas de coser, y que había financiado muchas de las aventuras artísticas de Isadora.
Isadora siguió entonces, con su gira por los Estados Unidos y Europa, buscando donde poder establecer su escuela, como solía llamar, de “Danza Futura”.
Ya en 1917, de vuelta en los Estados Unidos, volvió a presentarse en la Metropolitan Opera House. Por ese entonces, tuvo lugar otro de los acontecimientos que marcaron su vida y tiñeron su danza: la Revolución Rusa. Isadora recordaba en sus memorias: “El día en que se anunció la revolución rusa, todos los amantes de la libertad experimentaron un júbilo de esperanza. Aquella noche bailé “La Marsellesa” con el verdadero espíritu revolucionario que la inspiró. Luego interpreté la “Marcha eslava”, en la cual figura el “Himno al zar”, y reflejé la humillación de los siervos bajo los chasquidos del látigo. Esta antítesis, esta disonancia entre mis gestos y la música, provocaron una verdadera tormenta en el público. Es raro que en toda mi carrera artística me hayan atraído más que ningún otro los movimientos de desesperación y de rebeldía. Con mi túnica roja he bailado constantemente la revolución y he llamado a las armas a los oprimidos”.
“La noche aquella de la revolución rusa bailé con júbilo feroz. Mi corazón estallaba dentro de mi pecho al sentir la liberación de todos aquellos que habían muerto por la causa de la Humanidad”.
Isadora Duncan concluye su autobiografía:
“En el camino hacia Rusia experimenté la sensación que mi alma se despegaba de mi cuerpo como después de la muerte; sensación que estaba justificada por la índole del viaje. Iba hacia otra esfera. Detrás de mí dejaba para siempre todas las formas de la vida europea. Creía yo, efectivamente, que el Estado ideal, soñado por Platón, Carlos Marx y Lenin, había sido, por milagro, implantado en la tierra. Con toda la energía de mi ser, decepcionado en sus tentativas de realizar sus visiones artísticas en Europa, me hallaba dispuesta a ingresar en el demonio ideal del comunismo. No llevaba ropa.”
“Me figuraba que iba a pasar el resto de mi vida con una blusa de franela roja, entre camaradas igualmente vestidos con sencillez y llenos de amor fraternal”.
“A medida que el navío avanzaba, miraba hacia atrás con desprecio y piedad, recordando las viejas instituciones y costumbres de los burgueses europeos. En adelante sería yo una camarada entre los camaradas y desenvolvería un vasto plan de trabajo para la regeneración de la Humanidad. ¡Adiós, pues, la desigualdad, la injusticia y la brutalidad del Viejo Mundo, que había hecho imposible mi escuela!”
Ella dejo este mundo en septiembre de 1927.
Sin lugar a dudas Isadora fue una transgresora y una mujer cuyo nombre es sinónimo de danza moderna.
Alejandra Netto, es Profesora Nacional de Danzas. Egresada del ISATC Instituto superior de arte del Teatro Colón. Técnica en Gestión del Arte y la cultura en la Universidad de Tres de Febrero UNTREF.