El rock vikingo, ska, punk, rock nacional y música de nuestras entrañas manda en estas latitudes.
Por Niki
Este verano de 2019, como otros anteriores, tuve la oportunidad de visitar la ciudad de San Carlos de Bariloche, provincia de Río Negro, en la lejana, agreste y helada región de la Patagonia Argentina. Viví en esta ciudad por casi diez años y recorrí otros puntos regionales. Si bien no soy un N y C (nacido y criado) barilochense, sino nacido porteño y criado en el noroeste del Gran Buenos Aires, conozco la esencia y cosmovisión patagónica. Este conjunto de rasgos socio-culturales hacen a la zona muy diversa y plural en el arte y la cultura, lo cual deriva de la construcción social como premisa.
Es notable la influencia de componentes de origen étnico o autóctono de parte de los nativos y otros, en contraste, de origen europeo y norteamericano de parte de los inmigrantes. Un importante flujo de los inmigrantes europeos proviene del oeste del continente (alemanes, suizos, austríacos, italianos, franceses, algunos ingleses, etc.) y de los países nórdicos.
Las montañas, con sus bosques, lagos y senderos, los cielos nocturnos imposibles de ver en las ciudades, la arquitectura y el estilo de vida, propician un entorno casi místico de conexión cultural, remitiendo a escenarios misteriosos a través de una de las más populares disciplinas del arte: la música.
Durante mis recorridos por la ciudad de Bariloche, especialmente, observo los bares, re pegados de gente bebiendo cerveza, y me traslada al ambiente bohemio de pueblo europeo, las “diablerías”, como las llamo yo, en donde reina el típico ajetreo. Respecto a los paisajes, los argentinos no tenemos absolutamente nada que envidiar a los europeos, pero no podemos negar la gran similitud con los de ellos. Y para acentuar más esa sensación de extranjería que me acude, surgen los shows musicales de rock progresivo, heavy metal, hard rock o brit pop.
Algunos son eléctricos, otros acústicos. Pueden ser instrumentales o pueden cantarse, sea en español o en inglés. Hay bandas y hay solistas. Pueden presentarse dentro de los bares o al aire libre. Pero siempre, al escuchar, algo me activa la conexión con alguna gente situada en algún lugar extranjero. Y es que los yanquis, ingleses, alemanes y escandinavo-nórdicos suelen tocar y escuchar esa onda musical. Entonces, su legado e influencia puede apreciarse en Bariloche y en cualquier ciudad o pueblo de la Patagonia.
La preferencia de parte de muchos de sus habitantes por estos géneros o estilos es clave. Puro reflejo sonoro de los paisajes, en invierno y en verano, las constelaciones a cielo abierto, las casas de montaña inmersas en los bosques, las rutas, los eternos secretos y la filosofía de vida de la región. Todo es fuerza, magia, mística, temas que se tratan asiduamente en los anteriormente mencionados tipos de rock. Es posible que tales imágenes se nos aproximen a la mente y las asociemos, con ayuda de la música, a un marco centrado en los países extranjeros, más aun los del Viejo Mundo y Estados Unidos. Bandas extranjeras representativas de esta retórica de acuerdo a mi consideración son Oasis, una de mis favoritas, e innumerables dentro del heavy metal. Es la inevitable atracción que por instinto nos empuja a adentrarnos en lo que no podemos comprender ni descubrir.
Claro que para complementar, la gente en la Patagonia también gusta del rock nacional. Sonidos que sirvan para percibir los paisajes desde nuestra propia visión, como argentinos y americanos, o mejor dicho como latinoamericanos. Escuché a gente tocar, en recitales, covers de Divididos y Almafuerte, a quienes bauticé como “los gauchos del rock”. Nos hacen sentir las tierras Patagónicas como nuestras, y lo son tanto como la pampa húmeda y el resto. La interesante y modesta vida del gaucho, hombre de campo, contemplador del mundo, desde una mirada rockera que comunica la resistencia a cualquier clima y la firme actitud hacia la lucha por los sueños.
El ska y el punk, con su impronta rebelde y fiestera, tienen otro lugar en la preferencia del público patagónica, invitando desde su diversidad y mestizaje a un recorrido mental del mundo entero. En lo que es la música urbana, más sofisticada, el jazz y el rock argentino urbano de Soda Stéreo o Babasónicos, no son implementados ni consumidos a gran nivel por allá. Si bien se reconocen y son populares, son músicas incompatibles con el entorno local, ya que sus sonidos y mensaje tienden a abordar relatos o cuestiones que involucran la gran ciudad, tal como lo es la Capital Federal.
Pero lo que parece ser realmente una minoría en gusto musical por los patagónicos es el rock barrial, conocido como “chabón”, “cabeza”, “stone” o “rolinga” al igual que el reggae. Acá tenemos un abismo que separa la Patagonia del conurbano bonaerense. Hay bares y pubs especializados para quienes gusten de estos estilos garageros barriales, pero la cosa es que en la Patagonia el barrio se forja de otra manera, con costumbres distintas, apelando a la inclusión de lo rural y pensando el trasfondo de la realidad que lo envuelve, lo cual nos lleva, a continuación, a dar el merecido reconocimiento a otra música muy rica en sí misma. El rock nacional es una identidad que nos reconoce como de acá, pero el rock en sí mismo no es argentino ni latinoamericano. La siguiente música a mencionar es lo más recóndito de nuestros orígenes.
Por las calles, en centros culturales, plazas o pequeños teatros tocan muchas veces pequeños grupos de música autóctona, no solo patagónica, sino folklórica en sus numerosas variantes, emergida de cada una de las regiones de nuestro país y nuestro continente. Esta bella forma de cultura que nos traslada a concientizarnos de nuestras raíces es el componente ancestral fundamental para equilibrarse con lo foráneo, que ya estuvimos analizando y que fue (y continúa siendo) introducido por las constantes conquistas e inmigraciones de las sociedades hegemónicas. Las colectividades indígenas, como los mapuches, tehuelches y sus descendientes, celebran sus fiestas y además, organizan eventos invitando a toda la población a presenciar y participar. Pasan por zambas, chacareras, malambos, loncomeo (música nativa de la Patagonia) y otros ritmos más nacidos en nuestra gran tierra, muchas veces fusionados con elementos europeos, pero hechos nuestros al fin y al cabo.
Como compositor y músico puedo decir que, aunque parezca muy simple, la música que inventaron y desarrollaron nuestros antepasados aborígenes, es decir, la raza genuina y verdadera del continente americano, tiene muchas cualidades en el manejo temporal y tímbrico que les falta a la música clásica académica y a las que tomaron sus reglas estrictas. Hay notas y duraciones en la música ancestral que escaparían a cualquier tipo de transcripción al papel. Y sonoridades que dibujan los mismos paisajes que nos rodean y que nos recuerdan que son nuestros y que hay mucho más allá dentro de ellos, que esas tierras fueron pobladas por esos hombres y mujeres nativos luchadores que nunca perdieron sus costumbres ni su cultura y que conservan sus más preciados secretos, capaz guardados en los extensos valles y montañas. Y es un orgullo conocer su organización comunitaria y sus valores hacia la vida.
Para terminar, ahora que comprendí y transmití la diversidad músico-cultural y las formas que evidencian la unión entre el viejo y el nuevo mundo dentro de la región Patagónica, diría que aunque nosotros no sepamos explicarlo con palabras, es evidente un hilo conductor que nos une como país y eso es la memoria colectiva que se construye a través de la historia en común.
Nicolás Bergaglio, es estudiante de la licenciatura de Música en la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF).
Es músico y compositor. Participó como músico invitado de numerosas bandas de Tres de Febrero y proyectos de música contemporánea.
Colabora en los ciclos de música contemporánea de la UNTREF como músico y compositor.