Las sociedades van cambiando, lo notamos cuando vemos fotografías, leemos alguna revista vieja o vemos una película, y esto se debe a numerosos factores políticos, económicos o tecnológicos entre muchos más.
Por ejemplo, la emergencia sanitaria del coronavirus ha cambiado muchos hábitos; desde la forma de saludar y cómo nos relacionamos, hasta la forma de disfrutar del arte.
Vivimos en un momento cultural de características diferentes a hace 50 años.
La antropología y sociología usan el término posmodernidad para describirlo y lo sitúan como un paso más allá de la Modernidad.
Mientras la modernidad significó el desplazamiento de Dios como centro del universo y la ascensión del hombre a un nuevo rol de la mano de la ciencia, la posmodernidad se presenta como una diversificación de ese poder. Hoy nadie puede erigirse como paradigma de la verdad, ya que conviven varias verdades paralelas.
El posmodernismo valora y promueve el pluralismo y la diversidad; pone en duda los textos que una vez regularon la vida humana porque asegura que son el producto de los prejuicios y cultura de su tiempo.
La verdad es cuestión de perspectiva o contexto más que algo universal. No tenemos acceso a la realidad, a la forma en que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece a nosotros.
La cultura moderna suponía que los diferentes progresos en las diversas áreas de la técnica y la cultura garantizaban un futuro mejor. Frente a ello, la posmodernidad plantea la ruptura de esa fórmula, marcada por la esperanza de un bienestar que nunca llegó.
En cuanto al arte, el virtuosismo técnico, el academicismo erudito, conviven con el impacto y la moda; el entretenimiento y el consumo masivo. Ninguno de los dos tendría autoridad moral para censurar al otro.