Inmigración en Argentina del siglo XIX: la vivienda.

Conventillo

A finales del siglo XIX, el problema de la vivienda para los sectores populares en las principales ciudades argentinas, especialmente Buenos Aires, se volvió crítico debido al rápido proceso de urbanización, la inmigración masiva y el desplazamiento de la clase alta hacia zonas más alejadas del centro histórico. Las malas condiciones sanitarias de la ciudad, incluyendo epidemias de enfermedades como el cólera y la fiebre amarilla, contribuyeron a esta reubicación.

Simultáneamente, la clase trabajadora seguía creciendo en el centro de la ciudad, mientras que surgía una zona comercial elegante en la calle Florida. La élite buscaba diferenciarse y adoptaba modelos residenciales franceses y la estética de la École des Beaux Arts de París.

Los inmigrantes recién llegados se agruparon en conventillos y viviendas populares en el centro debido a la demanda de mano de obra y la accesibilidad económica.

Estos factores dieron forma a diferentes tipos de viviendas urbanas, desde palacetes burgueses hasta casas de renta y casas colectivas para los sectores populares. Hubo una diversidad de tipologías funcionales y formas arquitectónicas, y se consideraron aspectos socioeconómicos y culturales en la evolución de estos espacios, incluyendo la vida cotidiana, luchas vecinales y manifestaciones culturales en los conventillos.

El conventillo

Un tipo de vivienda significativo desde una perspectiva social, reflejó tanto la dureza del liberalismo al exponer la precaria situación de la clase trabajadora, con hacinamiento en tugurios céntricos, malas condiciones sanitarias y alquileres abusivos, como su faceta cultural integradora, donde diferentes grupos étnicos convivían, compartían experiencias y generaban expresiones culturales como el tango y el lunfardo.

Este tipo de vivienda se encontraba en ciudades como Buenos Aires, Rosario, Santiago de Chile, Montevideo, São Paulo y México, con antecedentes en los corrales de vecinos sevillanos y cuartos para renta de la época del Virreynato del Río de la Plata.

Los conventillos tenían dos tipos: los de rezago, que eran adaptaciones de casas antiguas, y los de nuevo diseño, construidos por especuladores urbanos para maximizar la rentabilidad. Los primeros albergaban a una familia por cuarto, mientras que los segundos tenían habitaciones alrededor de un patio central común con instalaciones compartidas.

Los conventillos proliferaron en Argentina durante la fuerte oleada inmigratoria del siglo XIX y representaban aproximadamente el 15% de la vivienda urbana en 1880.

Conventillo de La Boca
Conventillo de La Boca
Conventillo de La Boca
Conventillo de La Boca

En el barrio de La Boca, se encontraban conventillos con una identidad marcada, caracterizados por sus estructuras de chapas onduladas pintadas de diversos colores. Estas viviendas eran utilizadas principalmente por inquilinos y tenían patios compartidos con escaleras de madera y galerías-balcón.

La construcción de estos conventillos estaba influenciada por el sistema constructivo llamado “balloon-frame”, que utilizaba una estructura de tirantes livianos y tablas o chapas como revestimiento. Era un sistema de rápido montaje que no requería mano de obra especializada y se adaptaba a enclaves de rápida afluencia de trabajadores.

La vecindad

Otro tipo de vivienda colectiva que se desarrolló a principios del siglo XX fue la casa de vecindad, derivada del conventillo pero con unidades más amplias que incluían cocina y baño propio, así como un pequeño patio privado.

Casa de vecindad
Casa de vecindad
Casa de vecindad en la actualidad, barrio de San Telmo
Casa de vecindad en la actualidad, barrio de San Telmo

Los conventillos representaron un tipo de vivienda emblemático de ciertos sectores sociales en Argentina y otras ciudades de América Latina, reflejando las condiciones sociales y culturales de la época.

El arribo en cifras.

El hábitat de los inmigrantes en Argentina, en su mayoría, fue caracterizado por ser hacinado, insalubre y costoso. Durante la década de 1880, llegaron 649,000 inmigrantes al país, que se duplicaron en la siguiente década, alcanzando 1,142,000. Buenos Aires llegó a tener un 53% de extranjeros en 1887, con un 27% de la población viviendo en conventillos, donde un 72% eran europeos rurales en condiciones de hacinamiento.

La mayoría de los inmigrantes, en su mayoría italianos, se vieron obligados a trabajar en tareas urbanas, como sirvientes, planchadores, lavanderas, o costureras para las mujeres, y peones y trabajadores especializados para los hombres.

Inmigrantes italianos
Inmigrantes italianos

Aunque el número de conventillos y sus habitantes aumentó, hacia principios del siglo XX, la proporción de conventillos disminuyó en comparación con el total de viviendas en la ciudad, llegando a representar solo el 2% en 1919. Sin embargo, las condiciones de higiene y mantenimiento seguían siendo deficientes.

En otras ciudades latinoamericanas como Santiago, Montevideo y São Paulo, se enfrentaron problemas similares de hacinamiento en conventillos, especialmente durante los auge de la inmigración.

En Buenos Aires, las condiciones eran tan precarias que a menudo varias personas compartían una sola habitación con pocas camas, y las condiciones higiénicas eran deplorables. A pesar de las regulaciones emitidas desde 1871 para mejorar las condiciones de los conventillos, los propietarios a menudo no cumplían con los requisitos mínimos de duchas, letrinas y ventilación adecuada. Los alquileres en aumento también contribuyeron al hacinamiento, llegando a ser hasta ocho veces más altos que en ciudades europeas como Londres o París.

El hábitat de los inmigrantes en Argentina y otras ciudades latinoamericanas en ese período se caracterizó por ser hacinado, insalubre y costoso, lo que generó graves problemas de salud pública y condiciones de vida precarias para los recién llegados.

En la vida doméstica de los conventillos, las familias se acomodaban en espacios compartidos, con cocinas precarias en las habitaciones o en el patio. El mobiliario consistía en muebles simples, como mesas, sillas, y catres. En algunos casos, las habitaciones para hombres solteros, conocidas como “cotorros” o “bulines”, tenían decoraciones más llamativas. Se describen detalles de la habitación de El Cívico, un personaje conocido, con muebles lujosos, instrumentos musicales y objetos personales. En resumen, la vida en los conventillos era humilde y a menudo compartida, con algunas excepciones de habitaciones más lujosas para individuos destacados.

El conventillo, un microcosmos cultural de diversidad y mezcla social. Habitado por una amalgama de personas, incluyendo anarquistas, poetas, inmigrantes, trabajadores y más. En este entorno, se mezclaban diferentes lenguajes, como el lunfardo, el cocoliche y el idish, junto con una variedad de alimentos y músicas. La vida en el conventillo inspiró numerosas obras literarias y musicales, como tangos y sainetes. También se plasmó en novelas y ensayos que retratan las penurias y la vida cotidiana en estos espacios de inmigrantes. Poetas como Evaristo Carriego y dramaturgos como Carlos M. Pacheco y Alberto Vacarezza contribuyeron a esta representación cultural. El conventillo fue un escenario crucial en la cultura popular argentina, y su vida cotidiana se caracterizaba por el trabajo constante y la animada convivencia.

Los más famosos

Durante el cambio de siglo, los conventillos más densamente poblados se encontraban en varios barrios alrededor del centro de la ciudad de Buenos Aires. A medida que el saldo migratorio aumentó cerca de 1920, la expansión se produjo en el área central y en los suburbios como Palermo, Villa Crespo y Chacarita. Algunos de los conventillos más conocidos incluyeron “Las 14 Provincias”, “Babilonia”, “Los Dos Mundos”, “El Palomar”, “Medio Mundo”, “El Mundo”, “Las Cuatrocientas”, entre otros, con nombres que reflejaban la diversidad étnica de sus habitantes y sus condiciones precarias.

Uno de los conflictos urbanos más importantes de principios de siglo se centró en las condiciones de vida de los inquilinos de estos conventillos y llevó a la huelga de inquilinos de 1907, que involucró a 129,000 residentes. Sus demandas incluyeron reducir las rentas en un 30%, mejorar las condiciones de las habitaciones y la infraestructura sanitaria, eliminar el sistema represivo impuesto por los caseros, y limitar el poder de los propietarios.

El movimiento de inquilinos tuvo un fuerte apoyo de la comunidad, especialmente de mujeres y activistas anarquistas, y duró poco más de tres meses. A medida que se intensificaba la protesta, se produjeron desalojos forzosos y represión por parte de las autoridades. Hubo resistencia por parte de los inquilinos, manifestaciones callejeras y el trágico asesinato de un joven obrero llamado Miguel Pepe. Finalmente, la huelga se disolvió en diciembre, marcando un episodio de desalojos violentos, represión y muerte.

Este conflicto también tuvo implicaciones en otras ciudades argentinas como Córdoba, Bahía Blanca y Rosario, y se utilizaron leyes de residencia para deportar a algunos participantes.

Algunas propuestas para el habitar popular.

Preocupado por la indigencia habitacional, el médico higienista Guillermo Rawson, en su Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires, de 1884 (citado en nota anterior), a la vez que recomendaba una reglamentación municipal para las mismas, impulsaba un plan oficial de construcción de vivienda obrera, mientras que en 1900, otro higienista francés -Samuel Gacha- escribía “Les logements ouvriers à Buenos Aires”, donde realizaba un diagnóstico y proponía una serie de soluciones ligadas a la tipología falansterio, de Fourier. Muy cercano a estas ideas, en 1887 el Ing. Andreoni proyectaba en Uruguay el “Falansterio Montevideano”, nunca construido.

Falansterio
Falansterio

Otras preocupaciones por la vivienda obrera, con diferentes proyectos, habían sido planteadas por Santiago Estrada en 1874, Alberto Navarro Viola en 1883 y los arquitectos Raymundo Batlle y Augusto Plou.

Con tipologías no muy explicitadas, pero casi siempre en la tónica de la vivienda unifamiliar, despegándose del fantasma del hacinamiento en el conventillo, se promovieron diversos conjuntos obreros, a veces asociados a una planta industrial, en general limitados al trazado de calles y pasajes. Tal el caso de Villa Alvear en Palermo (1888) o la Fábrica Nacional de Calzado, de Salvador Benedit, en Villa Crespo; ambos inconclusos.

A medida que el crecimiento de los conventillos se acentuaba, afirmándose como la principal alternativa del habitar popular urbano, se ensayaron -desde 1883- algunas propuestas orgánicas, impulsadas por el Estado, la Municipalidad y diversas cooperativas y sociedades de beneficencia, como La habitación popular urbana en Buenos Aires, 1880-1945. En el resto de América Latina, las primeras leyes al respecto, surgen -como en Argentina- en las dos primeras décadas del siglo, generalmente dirigidas a erradicar conventillos y tugurios, fijar normas de higiene y alentar al capital privado con exención de impuestos, manteniendo la garantía del lucro. Es así como se promulgan las leyes de 1900 en Brasil y de 1908 en Chile, surgiendo un rosario de experiencias que respondían a la categoría casas baratas, vigente en toda la región

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