El culto a la expresión como valor estético.

Expresar o comunicar, Aníbal Rodríguez

Argumentos como “Es lo que sentí hacer”, son atajos que sirven para ocultar la ligereza con que algunos se toman la profesión que dando un par de pinceladas se bautizan a sí mismos como artistas.


El objetivo del arte a través del tiempo ha sido expresar cuestiones del alma humana, como elevar una petición a los dioses, registrar la gloria de una figura pública o inmortalizar una historia épica.

La expresión tiene un enfoque unidireccional, es decir, solo busca transmitir un mensaje y que este se vuelva reconocible.  Expresar tiene que ver con abrir las puertas del alma y dejar que fluya; luego, si ese caudal expresivo se encuentra dentro de los parámetros de comprensión del otro, hay comunicación.

La calidad de artista remite al dominio de una técnica dentro de una disciplina artística para expresarse a través de la obra. El artista se expresa a través de un lenguaje artístico y espera ser comprendido en su mensaje para establecer un puente con su público. Es parte de su satisfacción saberse entendido, acompañado y reconocido por quien aprecia su obra. Es su destreza la que logra llegar con su mensaje a los demás, si así no fuere la obra pasa desapercibida como una señal dirigida al espacio profundo.

Algunos artistas que no alcanzan a ser comprendidos en su arte se consuelan diciéndose a sí mismos que satisfacer sus ansias de expresión cumple la misión de la obra, pero la cuestión es que cuando el público no tiene los elementos suficientes para juzgar o entender una obra, no logra verla con la intensidad del autor.

Algunos anteponen la cuestión de la expresión como valor estético y desdeñan compartir principios de comprensión suponiendo que el público debiera contar con las competencias para comprender el mensaje. Esos artistas hacen de la expresión personal un culto en el que es suficiente ser fieles a su propia visión. Este enfoque artístico ha sido popular desde hace mucho tiempo y se ha convertido en una parte fundamental de la identidad artística de muchos artistas.

Por un lado, el culto a la expresión personal puede permitir a los artistas crear obras auténticas y originales que reflejen sus propias experiencias y perspectivas. Al estar libres de las limitaciones de seguir tendencias o demandas del mercado, los artistas pueden crear obras que son verdaderamente únicas y personales.

Sin embargo, esta mentalidad también puede tener sus desventajas. En algunos casos, el culto a la expresión personal puede llevar a la creación de obras que son difíciles de entender o que no resuenan con el público. En algunos casos, los artistas pueden incluso rechazar la retroalimentación o la crítica constructiva en nombre de preservar su propia visión artística.

Además, el culto a la expresión personal puede fomentar una actitud egoísta o individualista en algunos artistas, lo que puede afectar negativamente sus relaciones con otros artistas o su capacidad para trabajar en colaboración con otros.

En última instancia, el culto a la expresión personal es una perspectiva que puede funcionar bien para algunos artistas, pero puede no ser adecuada para todos. Cada artista debe decidir por sí mismo cómo equilibrar la expresión personal con la consideración por su público y su comunidad artística en general.
En efecto, siendo el arte una manifestación de la comunicación entre las personas, su valor reside precisamente en la capacidad de transmitir mensajes, ideas y emociones a un público. Si un artista adopta una actitud egoísta o individualista que prioriza su propia visión artística por encima de la comunicación con su público, esto puede tener consecuencias negativas en el corto y largo plazo.

En el corto plazo, una actitud egoísta puede llevar a un artista a crear obras que sean difíciles de comprender. Esto puede resultar en una falta de interés en el trabajo del artista, lo que puede afectar su capacidad para exhibir o vender sus obras.

En el largo plazo, una actitud egoísta puede tener un impacto más profundo en la reputación y el legado del artista. Si un artista es visto como demasiado enfocado en su propia visión, puede perder relevancia y quedar en el olvido y afectar negativamente las oportunidades de colaboración y apoyo mutuo.

Un ejemplo de artista cuya obra puede ser difícil de comprender es Mark Rothko (1903-1970), un pintor estadounidense asociado con el movimiento del Expresionismo Abstracto. En sus pinturas, Rothko utilizaba grandes campos de color que a menudo se superponían o fundían entre sí. Aunque muchas de sus obras son muy valoradas por su belleza y su capacidad para evocar emociones complejas, para algunos espectadores puede ser difícil entender el significado detrás de las formas y colores aparentemente simples de sus pinturas.

De hecho, Rothko mismo decía que quería que sus obras generaran una experiencia emocional en el espectador, pero que no tenía la intención de explicar el significado detrás de ellas. En este sentido, las obras de Rothko pueden ser vistas como una expresión pura de la visión del artista, que no se preocupa por ser fácilmente comprensible o comunicativa en términos convencionales.

Pero que haya existido un Mark Rothko, que llegó a esa conclusión después del recorrido de toda una vida a través de instituciones donde se formó, grupos en los que participó y una posición que se ganó en el campo del arte, no significa que una superficie irregular de color realizada por un mono se compare, aunque se vean iguales, y la razón es que el arte contemporáneo no es solo la materialidad de la obra sino la firma del autor como credenciales del lugar que ocupa en la historia del arte.

Aníbal A. Rodríguez, es Licenciado en Gestión del Arte y la Cultura por la Universidad de Tres de febrero, UNTREF (Buenos Aires, Argentina)
Artista digital como Aníbal Pees Labory, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano (Bs, Aires), Diseñador gráfico y audiovisual.
Fundador y director de “HUMUS” y “CUIDATE CULTURA”.

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