
Recorriendo las redes sociales es fácil encontrar testimonios y quejas sobre los encuentros en citas de aplicación, se trata de encuentros efímeros que desencantan por su volatilidad
Las video-quejas comienzan con “¿a ustedes les pasa?” y siguen con el perfilamiento del género basado en las conductas fallidas del caso: desaparecer sin aviso, faltar a la siguiente cita, no contestar mensajes, bloquear. Estos estímulos pican fuerte en el equilibrio sentimental y calan fondo en las inseguridades: ¿qué hice mal?, ¿por qué no le gusté?, ¿debería haber accedido a…, ¿era casado?
En esta suerte de Coliseo romano de los sentimientos se empiezan a definir algunos grupos que también vuelven a las redes sociales con sus testimonios con un discurso que es un festival de categorías universales: “Todos los hombres son…”; “todas las mujeres son…” “todos”, “todas”, “siempre”, “nunca”, etc. Si bien el juego del amor tiene milenios, con las redes sociales y las apps de citas ha tomado un giro peligroso al haber mezclado interés romántico auténtico, con leyes de mercado, transformando la negociación de parejas en consumo de sexo. Bajo esta perspectiva, el sexo ocasional de App es más peligroso que los servicios sexuales, mientras la prostitución debe dar garantías sanitarias y de satisfacción al cliente, el sexo ocasional de App no ofrece ninguna garantía ni de crecimiento espiritual ni de salir ileso de una relación tóxica.
El boom de Tinder, Bumble o Happn prometía encuentros rápidos y nuevas oportunidades. Sin embargo, la experiencia real dista mucho de esa ilusión: un estudio de Forbes Health reveló que el 78 % de los usuarios siente fatiga emocional o mental por el uso de estas plataformas, con un impacto mayor en mujeres (80 %) y en jóvenes de la Generación Z (79 %) (forbes.com). A esto se suma la sensación de engaño: se calcula que hasta un 10 % de los perfiles en apps de citas son falsos (besedo.com), y el 45 % de los usuarios reconoce sentirse más frustrado que esperanzado (pewresearch.org).
La representación digital y el riesgo del engaño
El problema de base es que los perfiles son autogenerados por los propios usuarios, sin mecanismos sólidos de verificación. Esto habilita mentiras sobre edad, fotos o intenciones. Según datos de Secure Data Recovery, el 67 % de los usuarios reduce su uso de apps porque percibe que muchos perfiles son inauténticos (securedatarecovery.com). Además, los fraudes asociados al catfishing no paran de crecer: en EE.UU., las estafas románticas pasaron de $32.9 millones en pérdidas en 2019 a $141.8 millones en 2022 (allaboutcookies.org) . El engaño digital se convierte así en una amenaza tangible.
El contacto romántico en la historia
El cortejo y los vínculos amorosos siempre estuvieron mediados por la comunidad: familias, amistades o instituciones garantizaban referencias sociales. En la modernidad, cartas, clubes o bares eran espacios donde las personas se encontraban en contextos con cierta legitimidad. Hoy, en cambio, las pantallas han reemplazado ese tejido de confianza. La validación ya no viene del entorno sino del “match” de un algoritmo.
Sexo sin compromiso: ¿instinto primitivo reeditado?
En épocas primitivas, la sexualidad tenía un sentido funcional: la supervivencia de la especie. En la actualidad, en cambio, muchos vínculos se construyen desde una lógica de gratificación inmediata, desligada de proyectos compartidos. El paralelismo es inquietante: hemos reemplazado la reproducción como mandato por el goce instantáneo como fin en sí mismo.
El amor romántico en sociedades civilizadas
El amor no es solo un sentimiento, es una construcción cultural. Desde la Edad Media, con el amor cortés, hasta la modernidad, se asoció al compromiso, al cuidado y a la creación de comunidad. El amor romántico otorgaba sentido a la convivencia y legitimaba proyectos vitales. La pregunta es inevitable: ¿qué se pierde cuando este horizonte es sustituido por encuentros efímeros?
El contacto romántico en la historia
Durante siglos, el contacto romántico estuvo profundamente enraizado en la vida comunitaria. En las épocas tradicionales, el cortejo era un proceso lento y ritualizado: familias y comunidades actuaban como mediadoras, garantizando referencias y cierta legitimidad social. Casarse o iniciar un noviazgo no era solo una cuestión privada, sino un acto público con implicancias económicas, sociales y culturales.
Ejemplos abundan:
En las sociedades campesinas europeas hasta bien entrado el siglo XIX, los bailes, ferias y celebraciones religiosas eran espacios clave para el encuentro. Allí, el grupo cumplía la función de testigo y garante.
En América Latina, las tertulias familiares y las plazas cumplían un rol similar: la mirada de la comunidad regulaba la interacción, limitaba engaños y generaba expectativas de seriedad en los vínculos.
Incluso en contextos urbanos del siglo XX, los clubes sociales, las universidades y los bares funcionaban como lugares de encuentro donde el entorno servía de filtro.
Estos métodos tradicionales de conocimiento tenían un objetivo claro: no solo facilitar el contacto, sino generar confianza y continuidad. El romance, en este marco, era también un proceso de negociación entre familias, comunidades y proyectos de vida compartidos.
Sin embargo, con la modernidad y el avance de la cultura capitalista, estas formas se fueron erosionando. La lógica de la industria cultural —cine, televisión, radio, y luego internet— introdujo un nuevo paradigma: el amor y el sexo convertidos en espectáculo, mercancía y consumo rápido. La industria del entretenimiento priorizó la rentabilidad y la espectacularidad: se amplificaron las historias de pasiones fugaces, escándalos y dramas sentimentales, en detrimento de la visión del amor como construcción social a largo plazo.
La decadencia de los métodos tradicionales se explica, en parte, por este cambio cultural. El capitalismo, al buscar siempre la atención inmediata, instaló modelos de amor y deseo que privilegian lo instantáneo sobre lo duradero. Así, el cortejo comunitario cedió lugar a la “seducción mediática”: los relatos amorosos de las telenovelas, las películas de Hollywood y hoy las redes sociales moldean nuestras expectativas más que la experiencia directa en comunidad.
Lo que antes era un proceso de conocimiento lento, regulado y colectivo, se ha transformado en un proceso rápido, individualizado y mediatizado. El resultado es una mayor exposición al engaño, al desencanto y a la fragilidad de los vínculos.
La revolución sexual y sus huellas
Los años 60 marcaron un antes y un después: la pastilla anticonceptiva, las luchas feministas y las leyes de aborto dieron lugar a la libertad sexual. Este cambio amplió derechos y permitió mayor autonomía sobre los cuerpos, pero también abrió nuevas tensiones: la posibilidad de disfrutar sin restricciones puede, en algunos casos, convertirse en consumo de vínculos sin profundidad.
Entre la libertad y el vacío
Investigaciones recientes muestran que los usuarios de apps de citas tienden a estar menos satisfechos con su vida amorosa que quienes no las usan (ru.nl). La presión por mostrarse atractivo y competir por atención convierte al deseo en mercancía dentro de la economía digital(pmc.ncbi.nlm.nih.gov). El resultado: ansiedad, desgaste emocional y vínculos tratados como productos de consumo.
Quizás el problema no sea la libertad sexual ni las aplicaciones en sí mismas, sino la forma en que imaginamos y buscamos el sexo. La ausencia de referencias reales y de responsabilidad afectiva nos deja frente a experiencias vacías cuando no peligrosas.
Recuperar el valor del encuentro genuino, del respeto y de la reciprocidad puede ser la clave para que la libertad no derive en desencanto, sino en vínculos más plenos y auténticos.
Consejos preventivos para usar apps de citas sin perder el rumbo
Verifica la autenticidad del perfil
- Desconfía de cuentas sin fotos claras, con pocos datos o demasiado perfectas.
- Busca señales de coherencia: perfiles en redes sociales vinculados, intereses que se sostengan en la conversación.
No entregues información sensible
- Nunca compartas claves, datos financieros ni información de contacto personal en las primeras interacciones.
- Las estafas románticas suelen comenzar con pedidos de ayuda económica o favores urgentes.
Sal rápido de la virtualidad
- Si la conversación fluye, proponé un encuentro en un espacio público.
- Cuanto más se dilata el paso al cara a cara, más probabilidad de que haya ocultamiento.
Prepárate para el ghosting
- El “desaparecer sin explicación” es común en las apps. No lo tomes como algo personal: habla más de la otra persona que de vos.
- Tener claro desde el inicio qué buscás ayuda a no engancharse con vínculos inconsistentes.
Cuida tu salud emocional
- Establece límites de tiempo en el uso de la app para evitar desgaste.
- Recordá que la validación no viene de un “match”: la autoestima debe construirse fuera de la pantalla.
No descuides la vida offline
- Las apps son una herramienta, no el único camino. Mantener redes sociales presenciales (amistades, actividades culturales, espacios comunitarios) ayuda a no caer en la soledad digital.
Busca coherencia entre deseo y valores
- Antes de usar estas apps, preguntate: ¿quiero sexo casual, un vínculo estable, o simplemente conversar?
- Evitá la sensación de vacío espiritual reconociendo qué lugar ocupa la intimidad en tu vida y en tu proyecto personal.