La meritocracia es un sistema social que asigna posiciones y oportunidades según el mérito individual, evaluado por logros y habilidades. Supone que el éxito se deriva del esfuerzo y talento personal, promoviendo la igualdad de oportunidades basada en el rendimiento.
La meritocracia se enfrenta a un cuestionamiento profundo a raíz de un estudio reciente del Institute For Fiscal Studies, según un artículo en The Guardian de Faiza Shaheen. Este informe revela que en el Reino Unido, el lugar de nacimiento y la riqueza familiar juegan un papel crucial en la trayectoria vital de las personas, y la movilidad social ha alcanzado su punto más bajo en los últimos 50 años.
El mito de que cualquier persona puede triunfar con esfuerzo individual se desmorona ante la realidad de que la posición económica y el origen geográfico tienen un impacto sustancial en los logros de una persona. Las promesas de “sueña a lo grande y llegarás lejos” se ven socavadas por las crecientes desigualdades de ingresos y riqueza en el país.
El estudio revela un fenómeno particularmente preocupante: la asistencia a colegios privados elitistas, como Eton, Harrow y otros, multiplica por 94 la probabilidad de alcanzar puestos destacados en la sociedad. Esto refuerza la noción de que la élite adinerada se aferra tenazmente a su estatus, creando un bucle de poder y riqueza que se retroalimenta. La conexión entre apellido y éxito, junto con la influencia de estas instituciones educativas exclusivas, subraya la magnitud de las disparidades sociales.
Esta acumulación de poder y riqueza en la cima de la sociedad no solo perpetúa las desigualdades, sino que también alimenta una resistencia activa a los cambios. Los más acaudalados tienen un incentivo para controlar los sistemas políticos, económicos y sociales, bloqueando los esfuerzos de cambio y ejerciendo presión sobre aquellos que se resisten hasta lograr su sumisión. En lugar de abordar seriamente la creciente desigualdad, se desvían culpando al individuo por no progresar laboralmente, desviando la atención de las verdaderas raíces del problema.
El mito de la movilidad social, que ha servido como excusa para justificar privilegios durante décadas, pierde credibilidad día a día. Se ha utilizado para convencernos de que el trabajo duro es el único factor determinante en los logros laborales, mientras se ignora el papel crucial del capital social y la riqueza familiar. Esta narrativa ha evitado cambios significativos en las políticas económicas que podrían abordar de manera efectiva las disparidades existentes.
En este contexto, la llamada es clara: es hora de dejar atrás las promesas vacías y reconocer la realidad de un sistema sesgado en contra de las clases desfavorecidas. El llamado a “soñar a lo grande” se ve limitado por la estructura misma que perpetúa la desigualdad. El desafío actual es exigir un acuerdo económico que funcione para todos, abordando las raíces estructurales de la desigualdad y reconociendo que el esfuerzo individual no puede compensar la brecha creada por el lugar de nacimiento y la riqueza familiar.
¿y cuánto de nuestro éxito se le debe a la suerte?
La suerte de nacer en determinado país o las circunstancias que se ven favorecidas por nuestras relaciones, son, junto a las posibilidades heredadas y el esfuerzo, parte del éxito. Sin embargo si persiste la idea de que todo fue producto de nuestro esfuerzo, creeríamos erróneamente que si alguien no ha logrado el éxito se ha debido exclusivamente a su falta de esfuerzo.