No comprender a quien corresponde la obligación de gestionar la audiencia puede determinar el éxito, el fracaso o un estado intermedio en donde las ganancias magras condenan en el mediano plazo a las salas de teatro alternativo.
En mi último trabajo como gestor cultural surgió esta pregunta: ¿A quién pertenece el público?
Al parecer entre los espacios culturales del circuito alternativo donde se presentan teatro, stand up y otras performances, existe una modalidad que me remite a la conocida como “Pagar para tocar” de los bares con música en vivo.
“Pagar para tocar” es una estrategia abusiva de financiación que especula con el deseo del artista para dar a conocer su obra. A éste se le exige la compra de un mínimo de entradas para presentarse. Con esas entradas el artista hace lo que quiere; puede regalarlas o revenderlas al precio que quiera.
La analogía con los elencos de teatro en los circuitos alternativos, es que cuando éstos se apartaron del teatro a la italiana (escenario allí, butacas acá) para actuar en cualquier espacio que lo permita, han dado con un esquema de financiación similar al de los músicos, donde por ejemplo se los obliga a aportar su propio público y a promocionar la obra en la vía pública con volanteos y pegatinas.
En ese trabajo para una sala de teatro del que hablo, cuando me tuve que ocupar de anunciar la programación teatral en las redes sociales se me ordenó no pagar por publicidad, “porque eso corresponde a los elencos”. Desoyendo esa orden pagué de mi bolsillo una cifra muy baja y las visualizaciones pasaron de 50 a 5000 gracias al número superior de seguidores en relación al de los elencos. Para mejor, nuestro público era de la periferia y su traslado es más fácil a diferencia del de los elencos provenientes de la ciudad. Con una capacidad de sala para 100 personas, haber llegado a 5000 con un presupuesto tan bajo superó con creces mis predicciones. Si usted me pregunta por qué no seguí las órdenes la razón fue porque mi trabajo era como consultor y no como empleado, mi cliente pagaba por resultados y no veía en donde había que hacer cambios.
Si el elenco acepta la tarea de aportar su público, está “Pagando por actuar” dado que gestionar sus redes es un costo en tiempo y dinero que termina siendo inútil porque el público del elenco no resiste más de una presentación (¿Cuántas veces puede ir alguien a ver la misma obra?) y pasa a sobrevivir con el porcentaje que le da el borderó (Dinero recaudado por la venta de entradas) Ante una baja recaudación porque no pudo aportar público y la sala que no invierte en gestionar su público, el elenco se ve obligado a bajar sus costos y la actuación deberá ser lo mínimamente brillante para suplir la escases de producción.
Los escenarios alternativos de este tipo, con escasa infraestructura, terminan cansando a su propio público por la baja calidad de los espectáculos. Ciertamente obtienen ganancias, pero gracias a la sobreoferta y circulación constante de elencos.
Probablemente el teatro infantil sea el más indicado para resistir este esquema, con elencos que recurren a personajes famosos bajo licencia que no pagan y donde los niños no distinguen la fidelidad de la copia.
“Pagar por tocar” o “Pagar por actuar” son situaciones de abuso en donde el dueño de la sala o el bar cree que le conviene porque el esfuerzo lo está poniendo el artista, pero la realidad es que podría ganar mucho más si se ocupara de gestionar su propio público y ofrecer espectáculos de calidad con artistas bien pagos.
Aníbal A. Rodríguez, es Licenciado en Gestión del Arte y la Cultura por la Universidad de Tres de febrero, UNTREF (Buenos Aires, Argentina)
Artista digital como Aníbal Pees Labory, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano (Bs, Aires), Diseñador gráfico y audiovisual.
Fundador y director de “HUMUS” y “CUIDATE CULTURA”.